Lo inevitable es querer entenderlo todo, desde la mínima sugestión hasta el roce de la impresión de cien miradas aplastando lo poco que nos queda de autoestima, cumpliendo el rol ejercitando la perfección y dando los exámenes obligatorios en cada estrado. Lo aún más inevitable es querer huir de la misteriosa condena que esperamos irremediablemente al final del juego, que ni siquiera entendemos, y la desesperanza crece a todo furor de marionetas extinguidas de los viejos recuerdos que es todo lo que queda, polvo. Y si al polvo vamos, por caminos correctos o incorrectos, esclarece que reviviremos el tibio aroma del encierro y el recuerdo, para cumplir con la entupida nostalgia y llorar con cuotas de intereses que nos incrementan nuestra deuda desde el primer día que concebimos la primer lágrima. Atados hasta el juicio, escurriéndonos de los roedores de las afanes aventuras perdidas, ansiando la meta, criticando las ofertas, proyectando y acariciando la bola de cristal, todas las noches, sin suspirar, ni la más mínima perspicacia del momento suspendido en la desorientación espontánea.
Improvisamos, con cada persona que aparece, pues sabemos, y podemos estar seguros de sí, entendiéndome o no, el saber es el saber y no queda más que eso, lo de más no tiene relevancia, y queda oculto bajo los pies de la persona que nos mira, firmemente, aclamando la transparencia que la actuación tapa, como un vidrio con barro que se seca con el tiempo que nos intolera más que nosotros mismos. Se acerca la hora, un grano de arena más perdido, espero que queden muchos, y caigan pocos, se agregan menos. El ritmo de la preocupación que no cede espacio al ocio del domingo, la cima del proyecto que me vence a mi mismo, que por el pierdo todo, la frustraciones que hunden, la implacable hinchazón de la frente erguida y suspendida en gotas de sudor que estremecen y otra vez no quiero estar más allí, parado, callado, mirando a ambos lados, de traje, una corbata ajustada, un lugar reluciente. La suave música de fondo enloquece aún más los sentidos, exhausto y exaltado, llevando el peso, inevitable e innecesario.
Lo demás se esconde debajo de los pies de quien nos mira, y el reflejo es solo nuestra solemne sinceridad, que pareciera extinguirse en el recuerdo de 3er grado, cuando los lápices afilados dictaban al compás de la profesora las reglas que debíamos jugar, y ni siquiera la entendimos, por crueldad, por miedo, por ser enseñados a no cuestionar, por entender algo que no podemos entender, por ansiar lo q no amamos, para mostrar lo q creamos y no la imaginación que planea la creación.
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