Los muros no se rompen, se convierten en lágrimas, y ellas abren placares enteros de desorden, juguetes viejos empolvorientos y costumbres sin argumentos que solo gritan a las risas para llamarlas a comer, para atragantarse con la comida y luego salir afuera, otra vez, a jugar, a crear castillos, sin muros, a viajar al fin del mundo, en bicicleta, a romper, ensuciar, desquebrajar sin importar, la ropa, la transpiración, el cansancio y la satisfacción del día realizado, un atardecer de humos y aromas, las ansias del mañana, el compromiso de volver, el regocijo tan necesitado, las mantas tan frías, tanta suavidad después de tanta tierra seca, un sueño sin pensamientos, sin relojes sin dinero.
Jugar era algo muy serio.
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