martes, 14 de septiembre de 2010

Payasos

(De frente al público, un solo foco desde arriba, nariz de goma, pintura corrida, en una pequeña silla miniatura, piernas abiertas, brazos sueltos, con crudeza y cansancio)

(Silencio)

Evidentemente, los payasos, no somos todos felices.
Si hacemos reír, es porque se nos vació el tanque de risa, entonces jugamos a que nos reímos, para contagiarnos del público. Y si lloramos, jamás lo haríamos en público, eso si que no, porque ahí si que el contagio podría ser peligroso. Pero es así. Un ida y vuelta, estúpido, pero alegre. Nos arrinconamos a la salida del circo a fumar, y esperamos pacientes nuevas carcajadas, de esas que son únicas, y así seguir un poco más, lo que se pueda. A veces tememos, por ahí el público no está de buen humor, y puede llegar a no reír, ni a inmutarse, ni a comprendernos, pero siempre algo se nos ocurre, si no es un truco, es el otro, y así volveríamos victoriosos otra vez a disfrutar nuestro estilo de vida.
Total, en el fondo somos todos seres humanos, somos todos seres humanos…

(Pausa)

Viajamos, por la única razón que después de un tiempo en un pueblo, solemos aburrirle a la gente, y el impacto de las risas ya no es lo mismo. Jamás se le puede quitar la magia a la primera vez, a la sorpresa, a la desvirgación para siempre, eterna, que marca una línea en el tiempo y divide lo espontáneo repleto de goce y la costumbre de la sonrisa automática. Nosotros estamos acostumbrados a nuestro trabajo, pero, para las personas, somos primeras veces, para las personas, siempre lo somos. Somos sorpresa, somos locura, somos lo prohibido, somos ficción, somos payasos.
Total, en el fondo somos todos seres humanos, somos todos seres humanos…

(Pausa)

Lo grandiosamente satisfactorio para unos, puede ser un calvario terrible para otros, eso nadie lo puede ver, porque nadie puede estar en dos lugares al mismo tiempo. Simplemente nos dignamos a ver al vecino de enfrente desde nuestra vereda y sorprendernos con la nueva anécdota que aconteció, o el bigote del pelado que sorpresivamente se afeitó, o el nuevo perro que entró. Nos conformamos con el saludo, o alguna reverencia protocolar, el ambiente forzado al carisma, la indestructible sonrisa de la despedida, las personas de pié, los golpes de sus palmas en el coro del aplauso, y finalmente el adiós. En el contraste del silencio, limpiamos tristemente las gradas.
Total, somos payasos, en el fondo somos todos seres payasos…

Marco 4/9/10

viernes, 16 de julio de 2010

poesía sin título


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Es más
la vida que sueño
que lo que sueño
en vida

Tropieza
cada búsqueda
si no busco
tropezar

Es torpe
mi entender
si al torpe
no lo entiendo

Si de verdad habla
el silencio
que griten
los sordos
su verdad

Es vaga en realidad
la sabiduría
si a la realidad
engaña

Traicioneras son
las lágrimas
si se secan
antes de caer
al mundo

Amo tanto
la vida que sueño
porque sueño
amar a la vida

lunes, 12 de julio de 2010

mucho, en lo que veo

¿Por qué disfruto tanto la soledad?
Porque me asusta la gente
Porque me inmoviliza la gente
Porque me preocupa inmovilizarme, en frente a la gente.
Porque me preocupo
Porque pienso
Mucho
En lo que veo
Pienso
Que está mal
Todo
Lo que veo
Entonces solo veo
A la gente
Como quiero verla
Quiero
Verla
Conmigo
Solo la veo
Cuando creo
Algo para la gente
Y solo creo
Cuando solo estoy
Porque ahí soy
Lo que creo creer
Y creo
Verla
Conmigo
Mucho
Y solo creo
Solo
Conmigo
Entonces solo veo
Que está mal
Todo
Lo que veo
Conmigo
Cuando creo
Que solo estoy

sábado, 26 de junio de 2010

Veredas

Caminaba por la vacía vereda de un crudo invierno, por Boedo. Salía de lo de aquella muchacha, con la que a menudo compartíamos la cama, hasta muy tarde, sin más entusiasmo, solo lo justo para tomar algún café y seguir cogiendo, talvez reírnos, y luego, compartir el silencio, con la mirada fija en nuestra mutua ausencia, nuestra adolescencia por castigo, eterna, creciendo. Me dirigía por intuición al encuentro con un buen viejo amigo, hacia una fiesta en la que desconocía sus participantes, talvez a conocer a alguien, siempre gacho, miedoso, refugiado en mi débil y, en ese entonces, frío cuerpo, contando baldosa por baldosa, mirando de vez en cuando, alguna cara, algunos pasos, ajenos, abrigados, en el cemento seco, sucio, con algunas grietas, taxis apurados, la sola luz sepia borrosa del farol arriba, y mi sombra, deformándose.
Me interno por alguna de las paralelas a la avenida, a forma de atajo, de espacio, tiempo y ruido. Cauteloso, sin miedo, por lo menos ese miedo que tienen las personas por refugiar el material que los eleva de rango humano, seguí, recto, quizás a la deriva, bajo las ramas, los balcones de aquel barrio cada vez más triste, ajeno a mi realidad, de comodidad económica, sexo sin causa, compañía sin panes, y solo preocupaciones existenciales. En la única vuelta de giro de cabeza, se me acerca un muchacho, de mi edad más o menos, y dada su destreza de dirigirse hacia mí, no quedaba pensar más que iba a ser víctima del robo común que se vive en esta ciudad. Así, continué, sin el miedo estúpido, pues no tenía nada de valor, más que un celular estúpidamente pagado por mi papá, que no me hacía falta en absoluto, y ese regalo no era más que necesidad, al menos yo así lo veía; el miedo que me salpicaba por dentro, era ser presa de la necesidad de una persona, la maldita desesperación e idiota posición de relacionarme, muy extrañamente, con un ser que solo se acerca con el fin de obtener material a cambio. Circunstancia que sucede muy a menudo, en lo cotidiano, en mi vida al menos, hasta con mi propia familia, solo que se da con diferentes máscaras; sin duda, la máscara del ladrón es la más sincera. Me pidió dinero en un principio, el cual sinceramente no tenía, y ello fue lo que le contesté dándole mis pocas monedas que tenía para regresar, a lo cuál su ansiedad se tornó más persistente a punto de tantearme los bolsillos. Mi incomodidad fue insuperable, por no decir impotencia, mi estado social chocó explosivamente con mis dichos problemas existenciales, y ante la euforia de aquel triste paisaje, me le quejé para hacerme entender, corriendo el riego de ser herido por el puñal que había decidido sacar para amenazarme y hacer más sencillo su plan de robo. Entonces mi mirada cambió enseguida, y ya ningún tipo de miedo me recorría por dentro, y me senté con la peor de las tristezas, con la impotencia empujándome seca y pesadamente hacia el suelo. Instantáneamente se construyó el crudo silencio.
Miraba con desconsuelo esa vereda, el hogar de aquel, y de tantos. Sutilmente se sentó a mi izquierda, y me empezó a explicarme porqué necesitaba mi dinero, como disculpándose y excusándose arrepentido para apaciguar su estado ante su actitud desesperante, reflejada en su acto, bien yo sabía que esa violencia era su peor peso; la imagen de su tiesa mano apretando el puñal no coincidía con su mirada implorante, de algo, de mucho. Y yo, de alguna forma, me excusé también, contándole que realizaba trabajo social con personas también en situaciones social y económicamente difíciles, lo cuál no fue más que una estúpida forma de presentarme, una máscara que tapa otra máscara. Así, comenzamos a conocernos, extraña y cómodamente, cauta y tímidamente. Aunque por momentos su ansiedad variaba desde verme perplejo en la tranquilidad, hasta nuevas amenazas insistentes por conseguir aquello que anhelaba, al menos en ese momento; aún así, supimos homogenizar los estados.
En algún momento de la charla, vinieron algunos de sus”socios”, los cuales miraban extrañados nuestra reunión en ese costado de la vereda. Le avisaron que dónde estábamos no era su zona, y que tenga cuidado con la policía que andaba circundando. Así, automáticamente, nos dirigimos hacia otra vereda, a la vuelta de aquel lugar, a sentarnos nuevamente, esta vez en el escalón de entrada a un edificio de hogares. Me contó de su vida, que no conocía a sus padres, que se educó en a calle, que se sentaba de chico varias horas en la avenida nueve de julio a ver a los adultos de la mano con sus hijos, que en esos momentos lo que más quería era un pancho con mostaza, que vivó encerrado a los diez años en un reformatorio; entonces encontramos una afición que teníamos en común: la magia. Sacó una de las monedas que me había robado, y me mostró algunos trucos muy ingeniosos, y como aficionado que soy, le pedí que me los enseñe, y comencé a imitar su movimiento de dedos para esconder la moneda. Esa minúscula pero importante transformación de un objeto de valor a una herramienta para sorprender nos hizo olvidar sin darnos cuenta de pronto, nuestras absurdas e inevitable posiciones. Así también él se sorprendió de los pocos y sencillos trucos que conozco, y por supuesto, se los enseñé. Se generó un clima de real confianza, que me hacia sentir bastante a gusto, que hasta ignoraba las miradas despectivas y de “el estúpido miedo” que mostraban las personas que circulaban hacia fuera y dentro del edificio.
Comenzó a quejarse por el hambre, y que ello era también una consecuencia de mucha droga que había estado tomando hacía unas horas antes; decidí darle mi celular, pero con la condición impuesta con mi mayor seriedad, de que piense lo que iba a hacer con el dinero, más de dos veces. Cuando saque el celular, pasaba un patrullero, disimulé la entrega para evitar la sospecha de los policías. El se asustó, preguntándome si estaba llamando al 911, me reí, entonces aproveché la estrategia para mandarle el mensaje a mi amigo de que no iba a llegar a la fiesta, que me estaban “robando”, antes de entregarle el aparato.
Nos colocamos nuevamente en el silencio, y en un segundo determinado, estalla en pena confesándome lo inútil y bajo que se sentía al hacer aquello. Llora. Me pregunta desde la más despojada sensación, si fuera una buena solución suicidarse bajo algún colectivo que pasara. Volví entonces a entender su posición, pero esta vez desde una nuevo lugar. Le contesté con una pregunta: -¿No existe algo para vos que valga la pena?
- Piensa callado.
-Si
-¿Qué?
-Me acordé de mi novia.
-¿En serio?
-Si, no sabes lo que la amo. No sé si es, pero para mí es la más linda de todas.
-Sonreí en silencio. Y luego le agregué: -yo también tenía una novia, y también es la más linda de todas, hasta más linda que la tuya. Se rió. Yo empecé a llorar.
Me peguntó: -Estoy sucio, pero igual, ¿te puedo abrazar?
Lloré en su hombro, y le conté mis vacíos.
-La mujer que amo, no me ama. Mi viejo nunca me abrazó, pero me regala un celular caro. Y también pensé mucho en matarme más de una vez.
Cesaron las últimas descontenidas lágrimas y empezó a amanecer.
- Sos un buen pive. No te mereces que te halla afanado.
- No importa, ya está.
- No, me siento rre avergonzado.
- Entonces, devolveme el celu, vamos a desayunar algo por ahí y arreglamos para juntarnos algún día.
Sin decir nada, saco todas sus monedas y me las dio para volver. Se dio media vuelta, y caminando otra vez por allí se fundió en la vereda, vacía.
Regresé extremadamente triste. Le conté a mi viejo la triste situación con la que había convivido. Fué el peor reproche de mi vida: - Vez que sos un pelotudo, ¿por qué mierda no cuidás las cosas que te regalo? ¿Sabés lo que me salió?
Después de la pelea, salí de casa, caminé largo fumando, a sentarme en otra vereda.

26-06-10

viernes, 18 de junio de 2010

Algo del sur

"cuando sabemos diferenciarnos de la costumbre, el placer puede llegar a existir,
aunque nunca estemos seguros de la verdadera utopia de nuestra simple razon,
y aun mas alla la indescriptible felicidad, demasiado intrusos para respetarnos,
demasiado dosiles para manipularnos, demasiados deviles para ser soverbios;
se reniega nuestra seguridad de que nos amamos, y no vale la pena defraudar
a nuestras causas."

Tejiendo...

Tanta tristura toma trazos tiñiendo todo.
Tímidio terminé tirando tesoros tras témpanos.
Traban tinieblas, tiemblan tarados, toman tu taza, tiran tu trabajo, traidores.
Tomé tiempo.
Temblamos, teñimos, transgredimos, trucos tan tibios, tu tiesa tarde tarareando tus tímpanos, temas, tabúes.
Talvez tengamos tanta tristeza, talvez tengamos tinta, tenemos todo.
Te transofrmaste tontamente, tiernamente, te tiraste, tosiste, temiste, triunfaste, teatro.

lunes, 14 de junio de 2010

Improvisando en una nube


Sepulte mis emociones, porque no supe respetarlas, porque aun era muy joven para ponerles mi cuerpo. Decidí suicidarme, lenta y sufridamente, y sin saberlo, en algún momento fallecí. Y empecé a vivir en el cielo, y allí empecé a conocer otro lugar, a vivir en el, con sus reglas, sus dificultades, sus paisajes, y de a poco, fui olvidando lo que era estar vivo en la tierra. Caminé por diferentes senderos entre las nubes, y de vez en cuando llegué a relacionarme con algún humano vivo perdido por allí, luego ellos de volar tan alto, y pude ayudarlos a volver a la tierra; siempre supe indicarles bien el camino a estas personas, aunque sentía algo de melancolía cuando no las volvía a ver jamás. Son increíbles, siempre admiré a aquellos por poder volar tan lejos como nadie, fabulosos los intrépidos que exploran el cielo. Descanse sentado sobre nubes de distintos tipos y formas, pensando, no podía mirar el cielo, porque ya estaba en él, simplemente miraba hacia, y de vez en cuando alguna ojeada a la tierra. En mis avistares reconocía ciertas tradiciones en la tierra de los vivos que aun me parecían muy familiares, hasta a veces me daban risas. Y todo lo demás desconocido que veía, simplemente lo admiraba, inmutado desde la comodidad de mis bancos de algodón gigantes.

El día que olvidé por completo el mundo de los vivos, empecé a explorar el cielo por completo, decidí que sería un gran explorador, y que atravesaría absolutamente todas las nubes, desde que nacen en el océano, hasta que mueren en la cordillera. Así comencé, como el muerto aventurero que era, a emprender mi fugaz viaje hacia lo más lejano del cómodo y aburrido sillón de algodón. Comencé por dirigirme a la zona más cálida en medio del océano atlántico, y allí pude admirar el lento e increíble nacimiento de una nube. Las nubes no nacen como nace una flor, ni como nace la abeja que vive de y para ella, ni como nacen los humanos, ni los animales. Son miles y miles de microgotas diminutas que se elevan desde distintos lugares de la superficie, y cuando llegan a una altura determinada, que por cierto da bastante vértigo, se unen entre todas por alguna mágica razón, y dan origen al ciclo de vida a una nueva nube, única e irrepetible. Puedo comparar esta especie de parto, solo con el parto de las ideas, o los sentimientos talvez; en si, en ese momento no me importaba, simplemente era bello presenciar un nacimiento.

Subí a una de ellas, para seguir mi viaje ya como un pasajero, es decir, aunque algo de miedo me produjo, dejé llevarme por lo que el viento decidió hacer del destino de mi transporte y de esa forma, improvisar yo también mi propio sendero y por ende mi destino, lo cuál comenzó una forma más divertida de conocer. Los paisajes eran increíbles, las puestas de sol, y sobre todo el viento despeinándome una y otra vez, condimento indispensable en cualquier tipo de travesía. Así viajamos, la nube joven, clara y ágil y yo. Recorrimos desiertos y selvas, mares y ríos, ciudades y pueblitos, siempre con el viento como timón y motor, y la vista alta e imponente hacia el horizonte. Ya sin mas miedo a la improvisación, comencé a tomarle un cierto afecto a mi transporte, más allá que lo había visto nacer, y por eso tuve un vínculo muy cuidado, el compartir lo intrépido y aventurero, nos hizo grandes amigos. Éramos como una familia de a dos con un solo objetivo.

Ya habiendo disfrutado muchísimos kilómetros juntos, y habiendo conocido casi medio mundo, mi nube empezó a tornarse cada vez mas oscura, pasando por un gris que me hacia preocupar de que esté enfermando, hasta un gris oscuro que me hacía temer y a la vez sufrir de su posible muerte. Ella, completamente natural y sin reproches, me explicó que era solo parte de su labor de nube, y como toda nube, enriquecer a alguna superficie de tierra que lo precisara. Me entristecí por comprender el sacrificio de mi único amigo en el cielo, y cuando por fin, cumplió su función como nube, mi cabina cómoda y segura pasó a ser un inestable sostén frío, oscuro de dónde no podía relajarme ni un segundo sin pensar en caerme y por ello perderme del resto del viaje. Así, a duras penas, continuamos, yo sin perder forzosamente el equilibrio por obvia razón, sin dormir, casi sin pestañar. Cada vez más alto, cada vez más frío. Como por las noches no dormía, y tampoco podía mirar el cielo, porque reitero, ya estaba allí, pude observar las estrellas, un poco más de cerca que cuando estaba vivo. Y en una desvela, desde mi enorme altura, noté minuciosamente, que no estaban quietas, ellas viajaban al igual que la nube, algo bastante más rápido pero no más a prisa, por ese espacio claramente más frío y oscuro que el cielo. A dónde se dirigían y si tenían alguna labor como la nube, eran sólo incógnitas que no supe responderme, así simplemente las admiré como verdaderas intrépidas del espacio, hasta que amaneció y desaparecieron de mi alcance.

Ese mismo día, cuando aún no llegaba el sol caliente del mediodía, mi nube y yo avistamos al fin tierra frente nuestro, los picos de las imponentes montañas completamente grises de la gran cordillera, reales gigantes de piedra; ambos sabíamos que ese sería el final de nuestra amistad, y de alguna forma en lo helado y triste de ese momento, pude agradecerle a ella y al viento la aventura que me regalaron. Al menos sabíamos que íbamos a morir juntos. La muralla gris de roca dura comenzó a agrandarse más y cada vez más. Sin temor, con fuerza y orgullo, nos elevamos al chocar con su ladera en un brusco golpe que me hizo caer al vacío como un paracaidista, pero sin paracaídas; giré y seguí girando, me golpeé y comencé a sangrar, sentí mis huesos romperse, el dolor de tocar lo sólido y rígido, los arañazos de las espinas, los golpes de las piedras, y al fin, la llanura.

Sin poder mover un músculo, inmediatamente sin pensarlo, miré hacia la altura, y mi nube ya no estaba. Me arrastré buscando ayuda, desarmado, gateando en el peor de los lugares. Encontré un río donde beber, pasto sobre descansar, y algo de comida. Recuperándome y haciéndoseme raramente conocido ese lugar, comencé a subsistir de a poco, conocí animales, humanos no tan aventureros, pero si sabios, nuevos paisajes. Aún así, extrañaba desesperadamente a mi difunto amigo.

En una tarde de puesta naranja de sol, decidí recordarlo en su lecho de muerte. Escalé difícilmente, atravesando los obstáculos de espinas y piedras filosas. Cuando al fin llegué a la sima, me sorprendí al ver tan bello paisaje, tan lleno y pleno.

Aquella nube, con cada una de sus miles de gotas, pintó de nieve la grisura en la altura, para hacerse una gran obra de arte que quedará para siempre allí.

Marco 13-06-10

martes, 25 de mayo de 2010

Griten

Griten, cosas imposibles, cosas exactas, para que la incertidumbre muera, para que el implacable miedo desaparezca, para que el silencio se duerma en la cama de los que no tienen palabras, para que el extenso dolor del olvido cubra con pintura fresca las viejas grietas del pasado, para que el difícil camino del perdido tome dirección hacia lo inesperado, para que las gargantas secas de los chicos luzcan de color desenfrenado, para que los pasos cortos del introvertido logren kilómetros más alargados, para que la coreografía diaria y cotidiana sea interrumpida, para que los sordos logren mirarnos, para que el esclavo rompa más esclavos, para que los viejos corran alborotados, para que el dominio sea condenado, para que el dormido sueñe con lo posible, para que el despierto sueñe en lo imposible, para contagiar las calles de vientos alocados, para abrir las ventanas de sótanos apilados, para detener una fila de autos atropellados, para acobijar el silencio y luego enterrarlo, para descubrir el desprecio tanto ignorado, para abrir las bodegas de calor humano, para bailar esquivando estatuas de sargentos, coroneles, homicidas, genocidas, para estallar las voz del pensamiento, para conocer el miedo, pero por fuera, para albergar al colapsado, para regocijar al desarmado, para nutrir la ideología, para no morir en vida, para vencer la salida, para acribillar la locura del autoengaño, para conocernos las manos, para sentirnos más juntos, para amar antes de ser amado, para engañar el sufrimiento, para evitar que las lágrimas caigan, para enfrentar la crudeza del enfadado, para mirarnos las manos, para que el juego deje la irrealidad, para que de la mejor manera vivamos la realidad.

viernes, 30 de abril de 2010

¿Dónde comienza el exilio?

En alguna parte, corriendo el compás de la fortuna inmediata, de segundo a segundo, con poca ropa, solo lo necesario para no olvidarse de quién debe ser, aún pensando en quién quiere ser, desempeñando lo que siempre esperó que fuera, afuera, para ver, y que vean, escuchen el sonido del mudo que grita, escalando la mayor de las indiferencias, olvidando sus juegos detrás de un biombo de metal pesado; sonriendo ante desgracia y alegría, indiferenciando hasta cualquier tipo de lágrima que de vez en cuando ahuyentaron la descortés carrera de la conocida lista de quehaceres, más lejos que cualquier otro hombre, más lejos que su sombra y su aroma. Cumpliendo solo el rol de nadie, alrededor de tantos nadies,

jueves, 29 de abril de 2010

Cae la gota, la gota, la gota, la gota, la gota...

Cae la gota, inevitablemente, reiteradamente, siguiendo su propio ritmo, dirigiendo con su batuta el pasar de ratos, con movimientos relajados hasta el hartazgo. Miro con dequebrajadez el clima salpicando mi ventana, haciéndose presencia imponente hacia la ciudad, con sus edificios desabrigados tomando baños de invierno. El esclarecer del sol no se hace cargo, el poético traspasar de la noche al día pareció camuflarse, nadie notó aquel tímido amanecer. La danza de la rutina no se hace esperar, cada uno que miro en las calles inmuta su paso, su mirada y depositan en su senda diaria la resignación de la jornada perdida. No hay paraguas que detenga el golpe mojado que regala el colectivo apurado en su prisa, anunciando en cada frenada lo interminable que puede llegar a ser el recorrido cuando gira infinitamente alrededor del centro. Las ventanas no dejan ver el exterior, a consecuencia de torrentes de vapor escapándose en cada suspiro; los pulmones agitados aceleran, se empeñan en empañar la gran ventana de detrás. Lo único que los abriga un poco es la cantidad, rebalsados pasillos de empujones cálidos, para intentar encontrar un lugar y descansar aunque sea algunos segundos para pensar en otra cosa que no sean las miradas firmes penetrantes, con desesperación, suplicio, y al mismo tiempo, neutras completamente.

Se reafirman una vez más en los caños congelados que recorren el espacio, sólo en paralelas y perpendiculares, luchando en masa contra la inercia y la centrípeta, acompañando en conjunto a la máquina oxidada. En un instante indeciso otra súbita frenada atrasa la campaña, haciendo notar sus chirridos de descontento. Con lentitud, despreocupación y elegancia sube las escaleras, se llega a asomar lo mínimo e indispensable para conversar con el hombre gordo y serio que conduce, y así una vez más poder cumplir en el juego de viajar, haciéndose paso con sus botas de aventura, su capa impenetrable y su gorro de fábulas. Por mas que se observe aquel cuadro sin ningún tipo de detallismo, es imposible que ella se mimetice con aquel ambiente, más allá de sus atuendos coloridos y su corta edad, la exuberancia de sus movimientos acompañada de su inocente y desnuda sonrisa, impenetrable, orgullosa e independiente.

Atraviesa sin cautelo aquellas murallas de piernas con uniformes de colores neutros y bolsos que aguardan solo papeles y objetos vitales para la supervivencia. Se hace paso en un diminuto rincón entre asientos y personas desestimadas, para tomarse en un lugar firme, y solo añorar sus proyectos. Una anciana deja su lugar, para hacerse lugar por fin a su destino, dirigiéndose sin exclamar a la puerta de salida. Una vez más se propicia la maquina a la brusca e insensible frenada.

La anciana baja dos escalones antes de cesar la inercia, se detiene en aquel cuadro deplorable y cotidiano, vacío por repetición. Observa a aquella muchacha enérgica y distraída, con sus ojos posados en la imaginación, en sus planes de juegos, lejos del peso de la desesperación. Entiende en ese segundo que aquellos pantalones grises, bolsos, piernas amuchadas no la dejan ver la realidad de los rostros con miradas firmes y penetrantes, con desesperación y suplicio, ni el vidrio empañado, ni la seriedad del hombre gordo, ni los caños en paralelas y perpendiculares, ni las ventanas salpicadas por el viento, ni la gota que cae en los ojos de aquellos, irremediable y constantemente, dirigiendo con su batuta la danza interminable de la insensata rutina que opaca los vidrios. La anciana sonríe, deja aquel suplicio, y se encomienda a su destino. Habiendo recordado a la niña, rompiendo el esquema del ambiente, desentonó con algo tan imperdible que era su propia sonrisa.

Infancias

Los muros no se rompen, se convierten en lágrimas, y ellas abren placares enteros de desorden, juguetes viejos empolvorientos y costumbres sin argumentos que solo gritan a las risas para llamarlas a comer, para atragantarse con la comida y luego salir afuera, otra vez, a jugar, a crear castillos, sin muros, a viajar al fin del mundo, en bicicleta, a romper, ensuciar, desquebrajar sin importar, la ropa, la transpiración, el cansancio y la satisfacción del día realizado, un atardecer de humos y aromas, las ansias del mañana, el compromiso de volver, el regocijo tan necesitado, las mantas tan frías, tanta suavidad después de tanta tierra seca, un sueño sin pensamientos, sin relojes sin dinero.

Jugar era algo muy serio.

miércoles, 28 de abril de 2010

Debajo de los piés

Lo inevitable es querer entenderlo todo, desde la mínima sugestión hasta el roce de la impresión de cien miradas aplastando lo poco que nos queda de autoestima, cumpliendo el rol ejercitando la perfección y dando los exámenes obligatorios en cada estrado. Lo aún más inevitable es querer huir de la misteriosa condena que esperamos irremediablemente al final del juego, que ni siquiera entendemos, y la desesperanza crece a todo furor de marionetas extinguidas de los viejos recuerdos que es todo lo que queda, polvo. Y si al polvo vamos, por caminos correctos o incorrectos, esclarece que reviviremos el tibio aroma del encierro y el recuerdo, para cumplir con la entupida nostalgia y llorar con cuotas de intereses que nos incrementan nuestra deuda desde el primer día que concebimos la primer lágrima. Atados hasta el juicio, escurriéndonos de los roedores de las afanes aventuras perdidas, ansiando la meta, criticando las ofertas, proyectando y acariciando la bola de cristal, todas las noches, sin suspirar, ni la más mínima perspicacia del momento suspendido en la desorientación espontánea.

Improvisamos, con cada persona que aparece, pues sabemos, y podemos estar seguros de sí, entendiéndome o no, el saber es el saber y no queda más que eso, lo de más no tiene relevancia, y queda oculto bajo los pies de la persona que nos mira, firmemente, aclamando la transparencia que la actuación tapa, como un vidrio con barro que se seca con el tiempo que nos intolera más que nosotros mismos. Se acerca la hora, un grano de arena más perdido, espero que queden muchos, y caigan pocos, se agregan menos. El ritmo de la preocupación que no cede espacio al ocio del domingo, la cima del proyecto que me vence a mi mismo, que por el pierdo todo, la frustraciones que hunden, la implacable hinchazón de la frente erguida y suspendida en gotas de sudor que estremecen y otra vez no quiero estar más allí, parado, callado, mirando a ambos lados, de traje, una corbata ajustada, un lugar reluciente. La suave música de fondo enloquece aún más los sentidos, exhausto y exaltado, llevando el peso, inevitable e innecesario.

Lo demás se esconde debajo de los pies de quien nos mira, y el reflejo es solo nuestra solemne sinceridad, que pareciera extinguirse en el recuerdo de 3er grado, cuando los lápices afilados dictaban al compás de la profesora las reglas que debíamos jugar, y ni siquiera la entendimos, por crueldad, por miedo, por ser enseñados a no cuestionar, por entender algo que no podemos entender, por ansiar lo q no amamos, para mostrar lo q creamos y no la imaginación que planea la creación.

Gira girando...

Vuelve el mundo a girar con irrelevancia

Por el lado del ciego que todo lo perturba

Al desfile de idiotas que cantan su victoria

Al batallón de idiotas que adulan su fortuna

Canta la despojada el vacío que la consuela

Se llena el vientre mojado de dominio

Sueña cada noche no perder

El vacío que la llena

Mira el resentimiento de espaldas al reloj

Se sienta una vez más a predicar el silencio

Sufre tiernamente la necesidad

Mira con pavor la desventura repetida

Cientos de transparentes dispersados

Aclamando la desesperación de la suerte exclusiva

Desgastados en el rol de la pobreza

Desconocidos, si nada, que perder

Muere el amante de la razón

Enciende su revolucionaria locura

Palabras que dejan su fuerza

Sentido que pierde destreza

Instinto que se domestica

Imaginación que se aburre

Miles de almas que no conviven

Giran con irrelevancia.